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martes, diciembre 26, 2006

El aislamiento social es la principal causa de la depresión

Javier Escorza Muñoz es psiquiatra del hospital de la Rioja, en España. Ha ofrecido recientemente una conferencia sobre la depresión bajo el título 'Cómo superar una depresión' en la sala Ibercaja de Santo Domingo de la Calzada.
¿Qué sabemos de la depresión?
Afortunadamente, la depresión ya no es un tema tabú y la gente ya tiene conciencia de su existencia. Es una enfermedad muy frecuente. Con cualquier trastorno mental, aparece una depresión. Hay cifras de prevalencia muy altas: aproximadamente un 5 por ciento de la población la padece en un momento dado. La estimación de la prevalencia a lo largo de la vida es de un 15%.
¿Cuáles son sus síntomas?
Humor bajo, falta de energía y pérdida de interés o de la capacidad de disfrutar con cualquier actividad. Hay otros síntomas accesorios.
¿Hay personas propensas a padecerla?
Sí. Existen dos formas de llegar a la depresión. Hay personas que tienen cada cierto tiempo un episodio depresivo como expresión de un trastorno químico cerebral. Éste sería el caso de la enfermedad auténtica. El primero de ellos no está provocado por ningún agente externo, es el que en la antigüedad era denominado 'melancolía'. No necesita ninguna causa para registrarse. Luego existe otro tipo de personas que se deprime con facilidad por su estilo de personalidad erróneo; es decir, que no se adapta bien a las circunstancias cambiantes de la vida. Este segundo tipo de depresión es menos grave, aunque cuantitativamente resulta más importante. Está relacionado con los acontecimientos. Por otro lado, también existe un componente hereditario.
¿Cuáles son las características de una persona propensa a padecer depresión?
Entre las características destaca una pobre autoestima. Personas que son muy críticas consigo mismas y con los demás. Individuos con un pesimismo continuo. Introvertidos, rígidos, muy estrictos. Es fácil que se depriman porque las cosas no salen como quieren. Son personas dependientes, que inhiben la personalidad, que están contenidos.
¿La Navidad es una época propicia para la depresión?
En nuestro medio, no. En los países nórdicos existe la depresión invernal, que se debe a la falta de luz solar. Es un tipo de depresión cíclica, estacional. En estos países el invierno tiene muy pocas horas de luz. Aquí en España esto no es muy frecuente porque, aunque hay menos horas de luz, hay suficientes. Otra vía sería que la persona vulnerable ante la depresión se va a deprimir con más facilidad cuando el ambiente de alrededor es completamente festivo. Queda más en evidencia que uno no está bien. La Navidad tiene otro componente que realmente no tiene por qué ser depresión, ya que se pueden avivar los conflictos que ya existían antes en la familia.
¿La tristeza ante la ausencia de seres queridos en Navidad se considera depresión?
Hay que diferenciar entre tristeza 'normal' y la depresión, que no lo es. La primera es un sentimiento humano que tiene cualquier individuo. En este caso es necesaria la ayuda del entorno, no de un profesional. En los momentos de recordar las pérdidas, sí puede volver la tristeza que ya pasó. Una de las causas depresivas típicas es la reacción del duelo, la pérdida de seres queridos.
¿Qué marca la diferencia entre la tristeza y la depresión, por lo que es necesario acudir al especialista?
La tristeza normal se diferencia de la depresión cuantitativamente en que la segunda es más grave en duración y en intensidad. También hay diferencias cualitativas: El que está triste puede reaccionar ante lo que pasa alrededor; el depresivo, no. Está siempre igual, siempre hundido. En las personas de las que hablábamos, en las que la depresión puede venir por su forma de ser, en estos casos una tristeza normal puede pasarse a depresión. Sería una depresión psicosocial. Provienen del fracaso a ese enfrentamiento.
¿Se puede cambiar la personalidad con los años?
A la edad madura, cuando se adquieren responsabilidades, ya estás construido. Son los 18 ó 20 años. Fundamentalmente, la personalidad ya no cambia.
¿A qué se debe entonces la depresión de un niño?
Las depresiones infantiles, igual que las de los adultos, pueden ser por química cerebral o por conflictos ambientales. En estos casos, se produce, sobre todo, cuando no hay figuras que aporten seguridad. No hay figuras de afecto, que dan soporte. La depresión en el niño es rara, pero existe. Por todos los sitios geográficos, en todas las capas sociales y en todas las culturas. También de todas las épocas. La depresión proviene de la adquisición de responsabilidades a la edad temprana. También es el caso de las mujeres, cuyo grupo es el doble que el de hombres afectados. Su rol implica más responsabilidades. En estos casos también puede estar provocada por condiciones biológicas, como posparto o la menstruación. Aunque estos casos suponen una cantidad muy pequeña. Con estos casos no se llega al doble de casos.
¿Hay más casos que antes?
No, lo que ocurre es que ahora hay mayor facilidad para presentar la queja en algún sitio. Ahora también hay una tendencia a que la infelicidad se conceptúe como enfermedad. Esto es un error. La infelicidad no se puede tratar.
¿El entorno es importante?
Es lo más importante. Lo es en la infancia, porque te va dando seguridad e instrumentos; y en la vida adulta, porque el aislamiento te lleva a la depresión. Es muy malo. Por este motivo, para prevenir la depresión, es necesario no aislarse. Supone vivir solo, no tener relaciones. Es muy malo; el elemento que te lleva a enfermar.

lunes, diciembre 25, 2006

El invierno y las largas noches provocan depresión

El frío y las noches más largas que los días durante el invierno son causa de la llamada depresión estacional, debido a que ambas situaciones ambientales hacen que se disminuya la producción de serotonina, neurotransmisor que se encarga de estabilizar el estado de ánimo del ser humano. Este trastorno emocional se agudiza aún más por diversos sentimientos que se tienen en la temporada de festividades navideñas, el fin de un año y el inicio de otro.
Para disminuir la depresión invernal se recomienda buscar estas fechas la compañía de amigos y familiares a fin de evitar la soledad, ya que este trastorno impulsa hacia el aislamiento, por lo cual es importante tener actividades que produzcan placer y alegría.
Miguel Estrada Montelongo, psicólogo, agrega que hay diversos tipos de depresión, pero en esta época el más frecuente es el llamado estacional o invernal, porque se relaciona con el hecho de que la duración del día se va reduciendo y la de las noches se va alargando.
Este tipo de depresión es más común entre los adultos, dice, sobre todo en los de más de sesenta años de edad y afecta más a la mujer en proporción de dos a uno. Se caracteriza por sentimientos de tristeza, desesperanza, pesimismo, apatía, aislamiento, fatiga, ansias por comer dulces y carbohidratos, así como la pérdida de actividades que anteriormente le eran placenteras y trastornos del sueño.
El psicólogo Estrada Montelongo indica que cuando una persona sufre cualquier tipo de depresión se presenta una disminución de la seratonina en el cerebro, trastorno que puede ser provocado por diversas situaciones como la muerte de un ser querido, la ausencia de una persona allegada o la presencia de una enfermedad orgánica, entre otras causas psicológicas, familiares y de salud física.

martes, diciembre 19, 2006

Cuatro millones de españoles afectados por depresión

La depresión afecta a cuatro millones de personas en España, el 10% de la población. De ellos, un 73% son mujeres. La facturación de antidepresivos está subiendo espectacularmente. Y es que la población española ha triplicado, en tan sólo diez años, el consumo de estos medicamentos. En 1994 se vendieron 7.285.182 de envases de antidepresivos, en 1999 se dobló la cifra, con un total de 14.555.311, y en 2003 se recetaron 21.238.858. En similar situación se encuentran los tranquilizantes, aunque causen menor preocupación en el Ministerio de Sanidad. Éstos han doblado sus ventas hasta alcanzar en 2003 los 38 millones de envases.
Estas cifras sólo recogen los medicamentos dispensados con cargo a la sanidad pública, por lo que habría que sumar los prescritos desde las consultas y clínicas privadas, que según especialistas consultados por este periódico incrementarían en alrededor de un 10% las cantidades.
En 2004, un estudio de la OMS analizaba las últimas cifras de prevalencia de las enfermedades mentales en España, que demuestran que éstas son relativamente inferiores a las de los países del entorno. En España, un 9,2% de la población está afectada por algún trastorno mental, frente a un 26,3 de Estados Unidos (la cifra mayor del estudio), el 18,4% de Francia o el 9,1% de Alemania. Sin embargo, de ese 9,2% de españoles afectados por alguna patología mental, sólo un 1% tienen un desorden grave.

sábado, diciembre 16, 2006

Testimonio: Catorce años con trastorno bipolar

Hay personas que guardan recuerdos de su más tierna infancia y otras que no consiguen recordar nada hasta una cierta edad. En mi caso, no recuerdo mi primer día de colegio ni mis primeros cumpleaños. Los recuerdos más cercanos son de cuando tenía siete años. Soy hija única y una tarde de sábado, mientras mi madre me bañaba, me contó que yo era adoptada. Sé que se asesoraron bien sobre la edad adecuada de comunicármelo y cómo hacerlo. Me explicó que ella era mi mamá pero que no me había llevado en su tripa. Otra mamá lo había hecho pero murió al tenerme y mi papá prefirió que yo creciera con un papá y una mamá. Como me adoptaron con apenas unas horas, yo siempre les vi a ellos, así que para mí aquello no supuso ningún trauma. Les dije que yo les quería mucho y para mí eran mi papá y mi mamá. Ahora sé que quizás debido a los genes de mis padres biológicos yo tengo el trastorno bipolar. Pero iré poco a poco en este relato de lo que ha sido mi vida hasta ahora con el diagnóstico.
Mi infancia fue muy feliz. Mis padres me educaron de la mejor manera posible, y contra el típico tópico de los hijos únicos nunca fue una hija mimada y consentida, todo lo contrario. Gracias a ellos adquirí muchos valores importantes que ahora me definen.
Siempre alegre, sonriente, muy cariñosa, y con un gran corazón. Así me definían los que me rodeaban. Tenía muchos amigos pues era muy sociable y extrovertida. Además, al no tener hermanos siempre estuve y sigo estando muy unida a todos mis primos y primas, a los que quiero como hermanos. Siempre una “niña buena”. Excelente estudiante y sin dar problemas a mis padres. Quizás si pudiera cambiar algo de la educación recibida fue su exceso de protección hacia mí, lo que me llevó a ser muy insegura y dependiente, sobre todo de mi madre. En la adolescencia me rebelé, como suele ser normal y causé muchas preocupaciones a mis padres.Un rasgo que ha caracterizado mi personalidad siempre y que creo compartimos muchos bipolares es mi excesiva responsabilidad y el alto nivel de exigencia conmigo misma. Recuerdo cómo la psicóloga de mi colegio le dijo a mi madre que si no cambiaba me llevaría muchos palos en la vida. Y así fue.
Cursé hasta BUP en colegios religiosos y en COU cambié a uno de curas pero mixto. Tenía dieciséis años, casi diecisiete. Ahí comenzó mi historia como bipolar. Llevaba un expediente académico excelente, de sobresaliente, que quería mantener para poder estudiar medicina. Pero la presión que me puse a mí misma fue demasiada y, a medida que se acercaban los primeros exámenes, aumentaba pues yo no podía permitirme “fracasar” (sacar menos de sobresalientes o notables) Así fue como comencé a dejar de comer, ya que mi autoestima no era muy alta y quería gustar a los chicos nuevos que conocí en el colegio. De constitución ancha y siempre “rellenita” llegué a perder ocho kilos y no fue a más porque mis padres, debido a la pérdida de peso y al elevado nivel de ansiedad que me impedía dormir, me llevaron al psicólogo del centro. No era mi primera visita a un psicólogo. Cuando tenía diez años me tuvieron que llevar a una psicóloga infantil porque dejé de comer y dormir pensando que mis padres me querían matar o envenenar. No sé si aquello se debió a la noticia de ser adoptada o a que ya empezaban asomar los delirios de la bipolaridad... El psicólogo lo hizo fatal conmigo. Ahora que yo también soy psicóloga educativa puedo evaluar lo que hizo. Me dijo que si lo que me preocupaban eran los exámenes él hablaría con los profesores y no los tendría que hacer, podría recuperarlos más adelante. Es decir, en lugar de enfrentarme a lo que me causaba ansiedad, provocó una conducta de evitación. A corto plazo fue positivo pero después, me sentí cada vez peor. Mis compañeros en clase hablaban de los resultados de los exámenes positivos o negativos pero yo no podía hablar, pues ni siquiera los había hecho. La comida me la controlaba mi madre y lo que pudo llegar a ser anorexia se quedó en un comienzo. Pero mi ansiedad, lejos de disminuir aumentaba cada vez más. Tanto, que el psicólogo me dijo que dejara de ir un tiempo a clase para que me relajara y me derivó a salud mental. Allí me recetaron ansiolíticos y yo me sentía cada vez peor y más diferente.
Cada vez me aislaba más y más y la depresión llegó. En noviembre de aquel año, cumpliendo los diecisiete me regalaron el disco de Alejandro Sanz (el primero!). Aún recuerdo cómo lo ponía y no paraba de llorar y llorar. De repente, un día, sin explicarme todavía cómo ni por qué, se presentó un cuadro de manía, una psicosis. Era febrero del 92, salí de compras con mi madre y una amiga suya por el centro de Madrid para distraerme. Totalmente apática, me compré lo que mi madre me decía. Al volver en el metro me metí por completo en mi mundo, no respondía a estímulos. Me montaba mi propia película en mi cabeza. Creía que los señores que llevaban a un niño enfrente de mí lo habían secuestrado o que nos estaban vigilando. Pero yo no verbalizaba nada, eso sí, mi ansiedad aumentaba. Por la noche me quedé en la cama mirando al techo y como muerta. Oía a mis padres, a mi abuela, al farmacéutico que era amigo de la familia y estaba de guardia, a los médicos que me bajaron a la ambulancia y me llevaron al hospital... Pero yo estaba “en mi mundo” y sólo pensaba que me moría. En urgencias me administraron un antispicótico y en el informe me diagnosticaron “psicosis de la motilidad”. Me ingresaron dos semanas. Dicen que la memoria es selectiva y de aquel ingreso tengo recuerdos confusos que se mezclan con los de otros ingresos.
Cuando salí, continué el tratamiento y seguí sin ir a clase, por lo que aquel curso que tanto significaba para mi acabé perdiéndolo. Tuve que repetir COU. Me costó muchísimo aceptarlo pues yo era de las que tenía mi propia idea de cómo tenía que ser mi vida, a los 26 años ejerciendo como médico, casada y con hijos. Nada de eso ha sido así. Ha sido un duro camino con esta enfermedad pero he aprendido mucho. El verano del 92 pasé la depresión más fuerte con esta enfermedad. Fui a Barcelona, a las olimpiadas, de colonias con mi grupo del colegio y llamaron a mis padres para que vinieran a por mí, pues no me levantaba de la cama, no hablaba con nadie y tampoco quería comer. Pasé unos días en el pueblo y después nos fuimos de viaje a Galicia con mis tíos y mis 4 primos más pequeños que yo quiero muchísimo. De aquel viaje sólo recuerdo mi apatía, y que me movía por inercia, sin ninguna motivación. De vuelta en el pueblo no salía, a pesar de que mis amigos me llamaban. Me dio por comer y dormir. Todo el día en la cama. Mi padre me sacaba por la fuerza e intentaba que me distrajera haciendo cosas pero en cuanto podía volvía a meterme en la cama. Sólo los que hemos padecido una depresión sabemos lo que es y podemos entenderlo. Conseguí recuperarme un poco sin tomar medicación (¡aún no sé cómo!) y repetí COU. Recuerdo que no paraba de hacer cosas. Quedaba todos los fines de semana con amigos/as y fue una época de romances breves, enamoramientos, rollos... No tomaba ninguna medicación pues ya se supone que me había estabilizado pero ahora en la distancia veo que llevaba un ritmo demasiado acelerado.
Bajé mi nota media y, aunque pedí cursar estudios de psicología, me concedieron farmacia. Ese año también fue de desenfreno. Me saltaba las clases, copiaba en los exámenes, y cada fin de semana estaba con un chico diferente. Además, me junté con compañeras que no eran precisamente “buenas influencias”. Aún así aprobé algunas asignaturas pero mi vocación era la psicología y solicité un cambio de carrera que me concedieron.
El verano de 1994 conocí a mi primer novio formal. Supongo que ya estaba cansada de tanta inestabilidad y locuras y, aunque nunca estuve enamorada de él (eso lo sé ahora), esa relación duró casi 5 años, pues por mi parte era muy dependiente afectivamente y además mi autoestima era baja. Por eso aguantaba que él siempre quedara por encima de mí y no me valorara. Seguía sin medicación y tan sólo iba a ver a mi psicóloga que también era psiquiatra cada tres meses más o menos.
Mi carrera de psicología así como mi titulación superior en Inglés por la Escuela Oficial de Idiomas lo conseguí con mucho esfuerzo y gracias a mi constancia, pues la carrera estuvo llena de altibajos emocionales y de crisis. Por eso ahora valoro tanto el esfuerzo que hice y animo a todo aquel que lea mi historia y esté en situación similar a que no tire la toalla nunca.
El verano del 96 y gracias a mis conocimientos de inglés conseguí un trabajo para ser monitora de estudiantes españoles en Inglaterra. Fue una grata experiencia y volvieron a llamarme en el 97 siendo todo muy positivo. En el verano del 98 estuve en Irlanda y ya volví “regular”, debido al exceso de responsabilidad, o más bien por mi propia exigencia al querer lograr casi la perfección en todo, lo cual me desestabilizó. Volvía metida en mi propio mundo y con la ansiedad muy elevada, tanto que me tuvieron que llevar de urgencias al centro de salud del pueblo de mis padres donde me inyectaron, imagino, algún calmante muy fuerte. Llevaba varios días sin dormir y mis padres me llevaron al centro de salud mental en el que tienen mi historial. Allí no lo dudaron y me recetaron antipsicóticos. Afortunadamente, siempre he reaccionado genial al tratamiento, por lo que no fue necesario un ingreso y volví a estabilizarme. Nuevamente, retirada tras unos meses de la medicación y estabilidad.Llegó ya al verano de 1999. Una vez más me fui a trabajar a Inglaterra, concretamente a Canterbury, no como monitora sino como coordinadora de todo el grupo de estudiantes. Ya comencé mal pues los días previos apenas dormí, y una vez allí comenzaron mis pensamientos negativos, automáticos y recurrentes, por tanto muy difíciles de eliminar. Pensaba que no podría controlar el grupo de chavales, que todo saldría mal, que yo no servía para ese trabajo, que todo el mundo me miraba mal, que estaban contra mí... Y más días sin dormir... Hasta que una mañana en lugar de acudir a mi trabajo deambulé perdida por las calles de Canterbury, sin rumbo, metida en mi propio mundo delirante. En una cabina marqué a España, se puso mi padre, le dije que les quería mucho pero que nunca más podría volver a verles. Me preguntó asustado que dónde estaba, le dije que perdida en algún lugar de Canterbury y que mi fin se acercaba... Así, tras todo un día deambulando perdida, sin comer y sin responder a estímulos externos recuerdo que en el puente del río decidí acabar con mi vida. Todo por el bombardeo incesante de pensamientos que me machacaban. Me subí al borde y a punto de lanzarme me agarró por detrás un taxista que me sujetó con fuerza. Llamó a la policía y entonces mi delirio aumentó pues pensaba que me querían retener y que estaban contra mí cuando los hombres sólo buscaban ayudarme. Yo entendía perfectamente el inglés pero mi mente estaba tan bloqueada que no lograba expresarme en su idioma, sólo en español. Consultaron mi agenda y lo que llevaba en el bolso con lo que pudieron contactar con los organizadores ingleses de mi empresa que vinieron a buscarme en una furgoneta.
Yo no quería ir con ellos pues les veía como enemigos y mi obsesión era pensar que querían violarme. Como no me expresaba en inglés recuerdo que cogieron mi agenda y llamaron al que por entonces era mi segundo novio y con el que llevaba 6 meses o así saliendo. Él intentó convencerme para que me fuera con estos señores pero yo no le hacía caso. Tampoco sentí nada al escuchar su voz, me daba igual volver a verle o no. Nada me motivaba para continuar viviendo, ni familia ni amigos, ni él, nada. Sólo quería morirme.
Me ingresaron en un hospital psiquiátrico de Canterbury. Los médicos intentaban hacerme preguntas imagino que para poder aventurar un diagnóstico pero yo sólo hablaba español y pensaba que querían hacerme daño, además de robarme. Me metieron en una habitación y como lo único que tenía a mano era un mechero y mi cabeza no pensaba bien intenté quitarme la vida quemándome las venas!! ¡Ilusa de mí! Tal era la distorsión en mi cabeza que no sentía dolor alguno. Afortunadamente, una enfermera me vio y me quitó el mechero. Me dieron mucha medicación pero nunca supe qué me daban. Sólo con mirar las cicatrices en mi muñeca izquierda recuerdo aquellas escenas tan terribles.
Había un teléfono para recibir llamadas y mis padres, amigos y primos me llamaban a diario. Mis padres gestionaron todo con la embajada y la empresa para la que yo trabajaba y vinieron a buscarme. Aquellos días, hasta que llegaron fueron un infierno, metida como estaba en mi mundo y mis delirios. Ingresó una chica española con depresión y pude hablar con ella, pero rápido mis pensamientos volvieron a traicionarme creyendo que era una espía infiltrada de nuestro gobierno. ¿Cómo es posible que la mente pueda llegar tan lejos y desconectarte totalmente de la realidad para meterte de lleno en una realidad distinta creada por ti y de la cual estás convencida? Pues sucede... La línea que separa la “cordura” y la “locura” es muy fina...
Mis padres estuvieron allí tres días en los cuales me dejaron salir del hospital para dar paseos por la ciudad con ellos. Yo no paraba de llorar y en la catedral de Canterbury pedí perdón (yo soy creyente) por el intento de suicidio... Al principio seguía sin hablar, poco a poco fui reaccionando.
Mis padres llevaron mis informes y la medicación aconsejada para mi, pero todo en español con lo que los ingleses seguían sin saber qué me pasaba ni mi diagnóstico. Se juntó el consejo de médicos con mis padres y conmigo para tramitar mi alta y salida del hospital pero en aquella reunión sacamos poco en claro ya que mis padres no hablan ni entienden inglés y yo no estaba en condiciones de traducir. Tuvieron que firmar para asumir toda la responsabilidad sobre mí y así cogimos un taxi con destino al aeropuerto de Londres. Jamás olvidaré aquel viaje con un taxista que no paraba de hablar y una lluvia incesante. Y yo en mi mundo interior...
Por fin en España fuimos directos al centro de salud mental. A pesar de que intentaron contactar con Canterbury para ver qué me habían dado no hubo manera, así que de nuevo tratamiento con antipsicóticos. Aquí ya no me ingresaron pues iba volviendo en mí. En los informes esta vez pusieron “Psicosis reactiva” Me fui al pueblo con mis padres y mi familia y sentí el cariño y el apoyo de los míos.Esa fue mi crisis más espectacular. En cuanto me recuperé, mi psiquiatra me retiró paulatinamente la medicación hasta que me quedé sin nada. Así pasé el año 2000 y parte del 2001, estable y sin medicación.De nuevo llegamos al verano. Era el año 2001. Una amiga mía de la carrera estaba trabajando cerca de Londres con niños autistas y me invitó a ir a verla. Mis padres me dijeron que no lo hiciera, que no viajara pero yo me encontraba bien. ¿Por qué desaprovechar esa oportunidad? Además les dije que esta vez no iba a trabajar sino en viaje de placer y con una de mis mejores amigas.
Todo fue bien las primeras semanas. Incluso viajé a Canterbury para sentirme fuerte y recordar mi anterior crisis a la vez que para dar las gracias a la señora con la que viví y que también acogió a mis padres. Pero justo unos días antes de mi vuelta ya comenzaron los odiosos pensamientos negativos, recurrentes y que son tan difíciles de parar... Dejé de dormir y comer, pensaba que era un estorbo para mi amiga, que sus compañeros me juzgaban y me miraban mal, que no caía bien a nadie, que no tenía dinero suficiente para volverme a España, que la gente me mentía... En fin, de nuevo delirios de persecución y culpabilidad por todos los lados. Una vez más se repitió la historia, me metí en mi mundo, sólo hablaba con monosílabos, no reaccionaba a estímulos externos, todo me parecía extraño e irreal y si me decían algo creía que iba con doble sentido, siempre suspicaz... Cogí mis cosas y le dije a mi amiga que me iba a España sola. Afortunadamente ella ya sabía mi problema y al ser psicóloga supo manejar bien la situación, aunque para ella fue muy estresante. Sabía que no me podía dejar marchar en esas condiciones y le costó muchísimo retenerme, incluso por la fuerza. Lo hacía por mí bien pero eso alimentaba mi delirio sobre que todos estaban contra mí y querían hacerme daño. Yo creo que tengo un ángel de la guarda o algo así, los hermanos de mi amiga estaban allí y casualmente tenían el mismo vuelo de vuelta a Madrid que yo. Lo que les hice pasar no tiene nombre. Mis padres les pidieron por favor que no me dejaran sola bajo ningún concepto. En el aeropuerto yo con mis delirios de persecución no me fiaba de ellos, fueron a una farmacia para comprar un calmante pero sin receta médica no se lo dieron, así que me calmaron como pudieron, reteniéndome por la fuerza pues yo creía que me querían dejar tirada allí y robarme. Aún en el avión pensaba que me habían metido en uno con destino a un país lejano y que allí me abandonarían para volverse ellos a Madrid. ¡Increíble pero cierto! Siendo personas a las que conocía y en quien podía confiar. Cuando pisé Barajas y ví a mis padres al menos pensé que no tenía razón y me había equivocado al juzgar a mi amiga y su familia pero entonces el sentimiento de culpabilidad por lo mal que se lo había hecho pasar fue enorme y no me dejaba tranquila. Me ingresaron en psiquiatría no recuerdo cuanto tiempo, 10 o 15 días... En esta ocasión yo puse mucho de mi parte pues quería salir de allí lo antes posible. Ya estaba trabajando como recepcionista en una importante compañía y no quería que se enteraran, pero mi doctora de cabecera puso en el parte de baja “enfermedad común” y nadie llegó a saber nunca nada. En el hospital trabajaba como psicóloga una profesora mía que me apoyó mucho. Y eso, unido a los conocimientos que yo tenía de la enfermedad por experiencias previas y por mis estudios, junto a mi actitud positiva hicieron que saliera muy recuperada. Gracias a esta profesora pude entrar en tratamiento en la unidad de psicología clínica de la universidad y durante dos años me trató una excelente profesional. Terapia cognitivo conductual, la que necesitaba. Anteriormente a ella estuve en tratamiento en la seguridad social con una psicóloga que lejos de ayudarme me perjudicó pues tenía una línea psicoanalítica pero como casi no nos veíamos acabó haciendo lo que un psicoterapeuta psicoanalista jamás debe hacer, decir al paciente cual es el origen de su trastorno. Se supone que es el paciente quien a base de terapia y con el tiempo, cuando está preparado lo descubre por sí solo. No sé si lo que ella me dijo será la causa, lo que sí se es que con esta nueva psicóloga recibí la ayuda que necesitaba. Creo que lo importante no es saber el origen de la enfermedad sino saber vivir con ella y conocerla.
Gracias a esta profesional aumentó mi autoestima, desaparecieron mis miedos e inseguridades, aprendí a valorarme y a confiar en mi misma, a no exigirme tanto y por supuesto aprendí a conocer la enfermedad. A saber los factores de riesgo y a identificar los síntomas previos a una crisis, como la elevada ansiedad, la falta de sueño, los pensamientos automáticos... Ella me enseñó técnicas de relajación así como de parada de pensamiento. Realmente le debo muchísimo.
En el informe de aquel ingreso se puede leer “Se evidencian síntomas de ansiedad e inquietud, ideación sobrevalorada de culpa y minusvalía, con elementos deliroides de carácter autorreferencial sin objetivarse trastornos de área sensoperceptiva. Manifiesta insomnio pertinaz. Durante su ingreso se objetiva buena respuesta al tratamiento, con conciencia de enfermedad y buena adherencia al mismo. Diagnóstico: Trastorno psicótico agudo”.
Aquí ya comenzaron a tratarme con fármacos cuyas dosis han ido variando, hasta desaparecer en ocasiones. Después de este ingreso y cuando salí y pregunté a mi psiquiatra me dijo la etiqueta “Psicosis maniaco depresiva” actualmente “Trastorno Bipolar”. Hasta entonces nunca me habían querido dar el nombre, imagino que porque sonaba muy fuerte y a ciertos pacientes en lugar de beneficiar puede perjudicar. En mi caso me gustó saber lo que tenía y ponerle nombre, pero reconozco que me asustó y busqué toda la información posible en los libros de psicopatología de la carrera. También debido a esto rehusé cursar la especialidad de Psicología clínica aunque me entusiasmaba pues me notaba demasiado vulnerable a conocer las “desviaciones” de la mente y los trastornos mentales.
Así fue como tras ocho años en la facultad con crisis de por medio finalicé mis estudios. Conseguí muy buenas amistades en esta etapa de mi vida. Gente que me quiere por lo que soy, y que me han apoyado siempre en mi camino con baches con esta enfermedad.
Aún quedaba otra crisis fuerte por venir. En el verano del 2003 me empeñé en hacer sola el Camino de Santiago entero. Por supuesto mis padres decían que era una barbaridad pero como de nuevo me encontraba bien y estable (Esta vez me mantuvieron la medicación) yo quería hacerlo, fundamentalmente para encontrarme a mi misma. Por suerte otra amiga de la universidad y un grupito más de chicas amigas suyas lo hicieron en la misma época, por lo que no fui sola y no lo hicimos entero. Yo iba bastante condicionada temiendo una crisis y como dicen mis colegas psicólogos fue “la profecía autocumplida”.
Comencé muy bien el Camino y a pesar de la ola de calor (en pleno mes de agosto) yo tenía una resistencia física increíble. Comencé a pensar que era Dios o el apóstol Santiago quienes me iluminaban en el camino y veía señales por todos los lados. Una noche en uno de los albergues nos recibió un hombre calvo que nos dio la bienvenida al camino de Santiago y como no había sitio y teníamos que dormir al raso nos dijo que no temiéramos nada que él dormía cerca y nos aconsejó ver la lluvia de estrellas. Al día siguiente me pidió algo para desayunar y compartí barritas energéticas que llevaba, después desapareció y no volvimos a verle. Como siempre dicen que el apóstol se te aparece de alguna manera y sin saberlo y había escuchado historias al respecto yo creía firmemente convencida que aquel hombre era Santiago. Ya empezaba a tener pensamientos extraños porque en los albergues era difícil dormir y el agotamiento físico era grande. Estoy convencida de que las causas que desencadenaron aquella crisis fueron la falta de sueño y el cansancio, pues no existía ningún factor estresante. Unos chicos que hacían el camino a caballo nos acompañaron en dos etapas y uno mostró especial interés por mí, un gallego muy agradable. Apuntó mi número de móvil y me dijo que me esperaría para entrar en Santiago juntos. Pero no pudo ser. Cuando sólo nos quedaban dos jornadas para llegar yo identifiqué claros los síntomas previos a las crisis. Agitación motora, dar vueltas y deambular sin rumbo, ansiedad elevada, pensamientos extraños y de persecución... Mi amiga que sabía cómo tratarme intentó relajarme pero yo dije que me volvía a Madrid antes de que fuera demasiado tarde. Obviamente no me dejó e intentó por todos los medios posibles tranquilizarme pero no fue posible. De nuevo me encerré y me aislé en mi mundo interno creado por mis delirios. Yo no sabía cuidar de misma. Todo se lo preguntaba a mi amiga. No podía asearme, ni vestirme, peinarme, nada. Mi cabeza y mis pensamientos negativos me dominaban, sólo daba vueltas sin rumbo, y no hablaba. Tuvieron que llamar a una ambulancia que me llevó a un centro de salud. Mientras, contactaron con mis padres que se pusieron en camino junto con mis tíos. Los médicos me pincharon tranquilizantes pero el delirio no cesaba, en cuanto se pasaba el efecto iba a más así que me metieron en una ambulancia y llegué a Santiago, sí, pero...directa a urgencias. Mi amiga estuvo conmigo en todo momento.
Allí fue necesario atarme, al igual que en otras crisis. Creía que lo que me pinchaban era para matarme poco a poco y también creía que me ataban para violarme y dejarme luego abandonada. El peregrino que iba a caballo como me llamó al móvil y mi amiga le explicó lo que me había pasado fue a verme. ¡Pobre chico! Creí y estaba convencida de que él era el demonio en forma humana y mi amiga un ángel. ¡Y lo creía de verdad! Además creía que lo yo había interpretado como señales de Dios a lo largo del camino eran señales de que mi fin estaba cerca. Siempre el delirio de persecución y el miedo a la muerte presentes...
Llegaron mis padres y mis tíos y aunque la psiquiatra de allí quería tenerme más tiempo en observación mis padres prefirieron traerme a Madrid a mi centro de salud mental. Aún en el camino de vuelta creía que no eran mi familia y me dejarían tirada en la gasolinera más próxima... Para mí sigue siendo un misterio cómo la mente humana puede llegar a distorsionar tanto la realidad pero sucede. Y vivirlo es horrible y no se lo deseo a nadie. Ya en Madrid me recetaron dosis altas de antipsicótico y no hizo falta el ingreso. Me estabilicé en el pueblo...
En Abril de 2005 descubrí por Internet la página de Bipolarweb. Me ayudó muchísimo saber que somos muchos los diagnosticados. Quizás si lo hubiera descubierto al comienzo de la enfermedad o si hubiera existido antes esta página hubiera sido un gran apoyo para mí en momentos de gran desconcierto. Desde mi experiencia intento aportar la ayuda que puedo a los que comienzan en este camino y acaban de ser diagnosticados.
Llevo tres años estable, aunque el 2005 fue un año con bastantes altibajos emocionales, alternando días de hipomanía con exagerada actividad y en los que veía todo de color de rosa, con días muy bajos en los que nada me motivaba y sólo quería llorar. Lo supe controlar con todo lo que he aprendido y consultando a mi psiquiatra o a la doctora de cabecera en caso de necesidad. Mi psiquiatra me dijo que era “ciclotimia” otra manera de manifestarse la bipolaridad, pero como estaba medicada no desembocó en crisis.
Mi vida es perfectamente “normal”. Trabajo en una multinacional importante con tareas administrativas, preparo oposiciones para ser psicóloga educativa, me he enamorado de alguien maravilloso que me quiere tal como soy y que me aporta seguridad y tranquilidad. Tengo buenos amigos y una familia estupenda, con mis padres a los que adoro y unos primos /as y tíos /as a los que quiero muchísimo. No sé si por factores externos se volverá a repetir alguna crisis maníaca o alguna depresión. Prefiero no pensarlo. Al menos se que juego con la ventaja de saber identificar pronto los síntomas previos a una crisis, de conocer los factores de riesgo, de contar con el apoyo de familiares y amigos y de conocerme mucho más a mí misma que cuando comenzó todo esto hace ya más de 14 años...
Quisiera destacar la importancia que tiene para nosotros una red social estable y en quien poder apoyarnos, así como seguir las instrucciones de nuestros psiquiatras y tomar la medicación prescrita. Una terapia psicológica también es de gran ayuda. Tampoco puedo olvidar la importancia del sueño y evitar al máximo los factores estresantes. Eso es lo que he aprendido de estas crisis tan duras. En enero de 2004 me independicé y desde entonces vivo sola. Ha sido una de las mejores decisiones de mi vida pues la confianza y seguridad en mí misma han aumentado.
Si me tengo que definir ahora diría que lo que más me caracteriza es mi optimismo, mis ganas de vivir y de disfrutar de la vida, con los altibajos que puedan venir en el camino. Cariñosa y muy sociable. Generosa, servicial, leal, responsable (en su justa medida) autosuficiente... Todos esos adjetivos me definen. Soy luchadora y emprendedora. Tengo muchos proyectos, tanto a nivel personal como profesional. No me detengo por nada y esta enfermedad no me ha cortado las alas ni lo hará. Siempre he querido ser madre y aunque dicen que este trastorno es biológico y se hereda no voy a renunciar a mi sueño de dar a luz, dar vida...
También voy a seguir estudiando, formándome y espero poder ejercer algún día de psicóloga y ayudar a quien lo necesite. Mantendré mi alegría, mi entusiasmo, mi capacidad para disfrutar de una puesta de sol, un paseo por la playa, un café con amigos, una noche de fiesta, un día jugando con mis sobrinos pequeños, un buen libro... y tantas y tantas cosas preciosas que esta vida nos brinda...
En estos 14 años diagnosticada he pasado todas las fases posibles. Negación de la enfermedad, desconcierto y dudas, resignación y finalmente plena aceptación de la misma. Los psiquiatras mantienen que hay un importante factor biológico y genético. No lo pongo en duda, pero como psicóloga que soy y a partir de mi experiencia también afirmo que mucha parte es psicológica y que una actitud positiva y de lucha nos ayuda a seguir de frente, a no sentirnos diferentes y aceptarlo bien, siguiendo con nuestras vidas, nuestros trabajos, estudios, red de amigos etc., teniendo días buenos, malos y regulares como le pasa a cualquiera. Pero os lo aseguro, se puede vivir y muy bien teniendo este diagnóstico. Es una enfermedad, sí, pero no es un lastre ni una lacra. Yo al menos así lo siento. Afrontarlo todo “Siempre de frente”.
Espero que mi testimonio haya servido de ayuda a quienes lo hayan leído. Ante todo no desesperéis y no os rindáis ni perdáis la ilusión y la esperanza nunca. Los malos momentos pasan y se superan.
Un abrazo y un agradecimiento especial a mis amigos/as y familia que siempre me han apoyado y están a mi lado.

domingo, diciembre 10, 2006

Bebés que vienen con Prozac debajo del brazo

No es el «bajón» típico que sufren casi todas las que acaban de ser madres, la depresión posparto en la que se sume el 15% de las españolas, por ejemplo, es una enfermedad grave e infradiagnosticada. Un «test» sencillo seis semanas después del nacimiento ayudaría a su detección precoz. El reconocimiento científico de la existencia de la depresión posparto y sus graves consecuencias ya está llegando. Los especialistas catalogan la patología como un problema de salud pública y defienden que se realicen pruebas a todas las que acaban de tener hijos para detectar su existencia cuanto antes
«La pobre está con la depre». Pues no. Ni se trata de que esté agotada porque el recién nacido no la deja dormir, ni de que esté preocupada excesivamente por recuperar cuanto antes su figura. Tampoco son miedos propios de ser primeriza o los cambios de humor que provocan las hormonas. La depresión posparto es una enfermedad en toda regla que sume en la pérdida de esperanza, en la ansiedad, en la culpa, en los pensamientos obsesivos, en el autoaborrecimiento y en la inseguridad a cerca de 15% de las mujeres que acaban de tener un hijo. Esta enfermedad, que les roba la posibilidad de cuidar a su bebé algo que repercute negativamente en él y en toda la familia, está infradiagnosticada. Sin embargo, dado que en esta época las visitas al médico y al pediatra son frecuentes, instaurar de forma sistemática un 'test' sencillo en la sexta semana tras el alumbramiento ayudaría a su detección precoz.
Me di cuenta ya en la clínica de que algo no iba bien. Empecé a obsesionarme con que el niño no comía, pensaba que no estaba correctamente alimentado. Cuando llegué a casa todo se fue agravando más y más. Tenía una ansiedad horrible. Hasta que no pude hacer nada. Le dije a mi marido que no podía ocuparme de mi hijo».
Hace 13 años que esta madre primeriza residente en Madrid, a la que llamaremos Carmen porque prefiere conservar el anonimato, fue diagnosticada de depresión posparto, una enfermedad real, grave, que en buena parte de los casos se sufre en silencio porque da vergüenza reconocer que se está mal cuando un hijo acaba de nacer. Se inicia generalmente en las primeras seis semanas tras el parto y puede durar entre tres y 14 meses.
«Cuando yo enfermé, casi nadie creía que la depresión posparto existiera. Sí se sabía que había una tristeza en los días posteriores al alumbramiento que podía durar un poco más. Ahora es distinto. Por eso, a mi familia le costó un poco reconocer lo que me estaba pasando», comenta Carmen.
La melancolía a la que se refiere esta ex paciente afecta de forma transitoria a entre el 50% y el 80% de las que acaban de tener un bebé y se conoce como 'Baby blues' o Síndrome del tercer día. No es lo mismo, y no debe confundirse con la depresión posparto, una patología abandonada por la ciencia de la que se desconocía, hasta hace poco tiempo, su incidencia real y sus repercusiones en la madre, en su hijo y en el resto de la familia. Sin embargo, algo está cambiando. Los medios de comunicación estadounidenses se han hecho eco de un trabajo danés publicado en el último número del 'Journal of the American Medical Association' ('JAMA') en el que se afirma que las madres primerizas, en comparación con las que ya han tenido más bebés, tienen más posibilidades de sufrir una enfermedad psiquiátrica entre las cuatro y las 6 semanas después del alumbramiento o pasado más tiempo. El trabajo, de los pocos sobre patologías mentales posparto que incluye a hombres, se realizó entre 1973 y 2005 con 630.000 mujeres y 547.000 varones que se estrenaban en la paternidad.
Los datos constatan que 1.171 madres tuvieron que ingresar en un psiquiátrico en los 12 primeros meses tras venir su hijo al mundo y otras 1.369 necesitaron, también, recibir ayuda terapéutica, aunque de forma ambulatoria. Pese a que la llegada del primer hijo también expone al varón a factores estresantes, como la privación de sueño o los cambios de vida, los propios autores de la investigación, de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), aclaran que su riesgo de desarrollar un trastorno mental en esta época no aumenta. Por ello, tal vez, los investigadores creen: «El trabajo indica que las causas de la enfermedades mentales tras el parto están más fuertemente asociadas al proceso fisiológico del embarazo y del alumbramiento que a los aspectos psicosociales de la maternidad».
SALUD PÚBLICA
La trascendencia de los resultados recién publicados queda reflejada en la opinión que acompaña al trabajo, recogida en la misma revista científica, y que firma Katherine Wisner y parte de su equipo, de la Universidad de Pittsburgh (EEUU). En ella se cataloga la depresión posparto de auténtico problema de salud pública. «Una de cada siete mujeres primerizas la experimenta, lo que perjudica su papel como madre y aumenta el riesgo de dañar el desarrollo mental y psicomotor de su hijo, además de provocar problemas de comportamiento y baja autoestima en el menor». De hecho, se han detectado alteraciones afectivas al año de vida y neurocognitivas a los tres en hijos de madres deprimidas tras el parto. La causa reside en que la enfermedad provoca una crianza del bebé con carencias afectivas y menos cuidados. Todos son, por tanto, motivos suficientes como para defender la implantación de chequeos sistemáticos que detecten cuanto antes el problema para poder ayudar a las que padecen la enfermedad. «Se deberían realizar en las dos semanas posteriores al parto y no más tarde de los tres meses con el fin de poder identificar a las madres con depresión severa o con otras patologías», recomiendan los científicos estadounidenses.
La concienciación sobre la trascendencia de este problema traspasa fronteras. José María Sierra Manzano y su equipo, de la Unidad Docente de Medicina de Familia y Comunitaria de Soria (España), realizaron ya en 2002 un trabajo, cuyos datos recoge la revista 'Atención Primaria', que determina que el 15, 7% de las mujeres que dan a luz en su provincia caen en la depresión posparto. Resultados similares han sido hallados un año después por investigadores del Hospital Clínico de Barcelona. Así, y tal y como publican en 'Medicina Clínica' la incidencia de la enfermedad es del 10%.
Esta diferencia en los porcentajes la explica María Jesús Cerecedo, coordinadorea del Grupo de salud mental de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC). «Se estima que puede afectar a entre un 10% y un 20% de las parturientas. No obstante, se trata de una patología infradiagnosticada, muchos casos se siguen desconociendo», aclara esta especialista. Ésta es la razón por la que cada vez hay más voces reclamando un chequeo sistemático para las mujeres que acaban de ser madres.
DETECCIÓN
«El equipo de Atención Primaria (médico, pediatra, matrona y enfermera) es una pieza fundamental para la detección precoz dado que en este periodo tan delicado de la vida familiar son frecuentes las visitas de las mujeres al centro de salud para los controles posparto, tanto de ella como de bebé. Una herramienta eficaz y de fácil ejecución como la Escala de Depresión Posparto de Edimburgo (EPDS), una prueba utilizada internacionalmente o el 'test' de depresión posparto de Beck, deben plantearse sistemáticamente a todas ellas en la semana sexta del posparto». Y esto es, precisamente, lo que se está haciendo ya en Soria. «Países como Escocia o Austria tienen planteados este tipo de exámenes periódicos. En el Centro de salud Soria Norte llevamos 18 meses realizando la prueba EPDS, que consta de diez preguntas sencillas a todas las parturientas en la sexta y octava semana tras el nacimiento. Ya lo han cumplimentado más de 200 mujeres. Lo que intentamos es demostrar si este tipo de chequeo es eficaz o no. No obstante, el 'test', por sí solo, no diagnostica la enfermedad, enseña los límites para considerar que la mujer está en riesgo de padecerla, pero el dictamen debe confirmarse con la entrevista clínica», apostilla el doctor Sierra Manzano. Este experto recuerda: «En nuestro centro, las matronas suelen preguntar a las recién dadas a luz, que acuden a revisión, cómo se encuentran, pero uno de los mejores momentos para poder hacer un seguimiento es en el pediatra, porque todas acuden a él por las visitas que son necesarias para el bebé. Las madres afectadas no piden ayuda cuando se sienten deprimidas por eso hay que ir a buscarlas. La razón está en que se sienten culpables, porque es un momento vital que supone un motivo de felicidad para toda la familia, menos en su caso. Ellas están angustiadas, tristes, ansiosas e incapacitadas».
El relato de otra madre que pasó por la enfermedad E.C. ilustra cómo llega a sentirse una madre deprimida. «Yo tengo dos hijos, y esto me sucedió con el segundo. Los dos han sido deseados y los embarazos normales pero en esta segunda ocasión no sé qué me paso. Caí en picado, no podía dormir. Menos mal que tenía a mi familia para ayudarme, sino no sé que hubiera sido de mi y de mi hijo. Finalmente, mi médico me envió al psicólogo y me pusieron en tratamiento. Así pude recuperarme y volver a ser la que era antes de mi segundo parto», explica esta gallega de 46 años que, al igual que Carmen, tuvo que recibir tratamiento farmacológico y psicoterapia para superar la depresión. No hay una razón única y conocida que desencadene la enfermedad justo después de nacer un hijo, pero sí existen factores asociados a su aparición. Entre ellos, haberla sufrido con anterioridad. «Las mujeres que ya han pasado por una depresión o tienen antecedentes familiares de la patología deben seguir una vigilancia más estrecha durante el embarazo y tras el parto para poder detectar su posible reaparición», explica María Jesús Cerecedo. Además, y tal y como apuntan los psiquiatras Romero Hidalgo y Carrillo Gómez, del Centro de salud Mental, del distrito Latina (Madrid): «Los factores estresantes, como la vivencia de una gestación difícil y la presencia de complicaciones obstétricas son situaciones que en mayor o menor grado siempre están presentes en los antecedentes clínicos de una historia con depresión posparto». Pero hay más. Machado Ramírez y su equipo, del Hospital General y Unidad docente de Medicina Familiar y Comunitaria de Albacete, también en España, establecen en un trabajo que ha visto la luz en 'Atención Primaria' que la existencia de la patología se relacionó tanto con la carencia de baja maternal y nivel socioeconómico más bajo.
FACTORES DE RIESGO
«El mayor apoyo psicoafectivo percibido por la mujer influye positivamente en su estado físico y psíquico. Nuestro estudio demuestra también la asociación de depresión pos parto con bajo apoyo emocional y escasa ayuda en la realización de las tareas domésticas», apuntan los autores en sus conclusiones. Otros factores establecidos son los que se apuntan en el estudio realizado por los médicos de Soria. «La edad, madres que son más jóvenes, el escaso apoyo familiar y social, estar en paro o tener un bajo nivel de ingresos pueden predisponer a la madre a sufrir depresión pos parto», establece Sierra Manzano. Pero también hay factores físicos que deben ser valorados ya que pueden influenciar o mimetizar los síntomas psiquiátricos. Un ejemplo es la aparición de patología de la glándula tiroides. «Tanto el hipotiroidismo como el hipertiroidismo que a veces se desarrollan tras un parto debido a los cambios hormonales que sufre la madre causan alteraciones en el estado de ánimo que pueden confundirse con la depresión. También hay que establecer si la madre padece o no anemia, dado que causa, fatiga, entre otros efectos», aclara el doctor de Soria.
La esperanza para las madres que están deprimidas tras el nacimiento de su hijo es que los tratamientos actuales son efectivos, sobre todo cuanto más precozmente se administren. Muchas sólo necesitarán acudir a sesiones de psicoterapia y otras, en cambio, tendrán que apoyarse en la farmacología. El otro pilar fundamental para que ellas puedan salvar este profundo bache está en la ayuda psicosocial que pueden aportar tanto determinados profesionales sanitarios (matronas y enfermeras), como amigos y familiares. Y, la mejor mano: las palabras de una mujer que ya ha pasado por este trance: «Lo que yo quiero decirle a todas es que se sale. Al final pasa, eso es lo que deben escuchar las que estén ahora enfermas. Al igual que no todas las embarazadas van a deprimirse, yo afirmo que se supera y se recupera la fuerza mental de antes», anima Carmen.
UNA HERRAMIENTA ÚTIL
Estas 10 preguntas sencillas son una herramienta útil para sospechar si existen síntomas depresivos en las madres. Un resultado positivo indica riesgo de enfermedad y justifica una entrevista clínica.
-He sido capaz de reírme y de ver el lado divertido de las cosas.
-He mirado asuntos con ilusión.
-Me he culpado innecesariamente cuando las cosas han salido mal.
-Me he sentido nerviosa o preocupada sin tener porqué.
-He sentido miedo o he estado asustada sin causa.
-Las cosas me han agobiado.
-Me he sentido tan infeliz que he tenido dificultades para dormir
-Me he sentido triste o desgraciada y las circunstancias me han agobiado.
-Me he sentido tan infeliz que he estado llorando.
-He tenido pensamientos de hacerme daño.
Ventajas de apoyar a los trabajadores
La depresión es una de las enfermedades que más impacto familiar, social y económico tienen. De hecho, al sufrimiento de los que la padecen y de los que les rodean, hay que añadir la cuantía anual económica que se deja de percibir por bajas laborales. Así, sólo en EEUU, las pérdidas anuales en productividad por la enfermedad ascienden a 10.000 millones de dólares, una cifra similar en euros. Ahora, el último número de la revista 'Archives of General Psychiatry se hace eco de un trabajo que demuestra que ofrecer chequeos adicionales a los ya existentes para detectar precozmente la depresión como ofrecer más programas de apoyo es efectivo en términos económicos. Para alcanzar esta conclusión, investigadores de la Universidad de Harvard, del Hospital de Mujeres de Brigham, en Boston, y del Instituto Nacional de Salud Mental (todos en EEUU) han desarrollado un programa informático que permite comprobar esta hipótesis mediante la introducción de trabajadores hipotéticos de 40 años de media que eran divididos en seis grupos distintos y a los que se les entrevistaba por teléfono: nunca habían estado enfermos, sí lo estaban pero no recibían tratamiento, los que sí seguían la terapia, los recuperados que continuaban en tratamiento, los que habían superado la enfermedad o los que finalmente habían muerto. Los propios investigadores insisten en que su trabajo demuestra que ofrecer un programa de chequeo de diagnóstico precoz en las empresas a través de encuestas telefónicas es eficaz y económicamente rentable. Esta patología mental se está convirtiendo en el lastre de las sociedades desarrolladas. Por este motivo, tanto su detección precoz, como la instauración de un tratamiento lo más rápidamente posible es uno de los objetivos de la comunidad científica.

miércoles, diciembre 06, 2006

La mayoría de pacientes con depresión realiza un bajo cumplimiento terapéutico

Diferentes estudios elaborados recientemente concluyen que hasta un 60 por ciento de los pacientes con depresión realiza un bajo cumplimiento terapéutico, así como que en los ensayos clínicos el 30 por ciento de los pacientes no cumple bien su tratamiento, lo que supone una disminución de la eficacia de los antidepresivos.
Estos datos han sido presentados por el psiquiatra Antonio Serrano en el marco de la jornada Atención farmacéutica en el paciente con depresión, patrocinada por Esteve y organizada por la Fundación Pharmaceutical Care y Federación Farmacéutica en Valencia y Barcelona (España) en dos sesiones en noviembre.
La tasa de incumplimiento, según se desprende de uno de los estudios, afecta a los seis meses de tratamiento a más del 60 por ciento de los pacientes que se ven en atención primaria (AP), los cuales representan a más del 70 por ciento del total de los enfermos con trastornos mentales y a más de la mitad de los que acuden al psiquiatra. En cuanto al tratamiento de los pacientes con trastornos mentales, más de un 40 por ciento de los que acuden a AP no reciben antidepresivo alguno, tal y como se constata en un estudio encargado por la Dirección General de Planificación y Evaluación Sanitaria del Departamento de Salud. Asimismo, un 9 por ciento de pacientes sin ningún tipo de trastorno mental recibe antidepresivos, que en el caso de pacientes con un trastorno del ánimo, como la ansiedad, se eleva a más de un 46 por ciento. Otro estudio presentado por Serrano apunta que la tasa de abandono del fármaco prescrito alcaza al 41 por ciento de los pacientes a los seis meses de tratamiento, y que en la mayoría de los casos se debe a la percepción por parte del propio paciente de una mejoría sustantiva. Concretamente, en cuanto a las principales causas de abandono, Serrano destaca los efectos secundarios, la falta de eficacia o el miedo a la dependencia en los abandonos tempranos (durante los tres primeros meses de tratamiento), y el sentirse mejor, las sensaciones raras o el convencimiento de que lo debo hacer yo solo en las discontinuaciones tardías (a partir de los tres meses).
El experto apunta que "los datos revisados indican la necesidad de desarrollar estrategias específicas para mejorar la adherencia a los tratamientos antidepresivos", ante lo que propone un conjunto de nueve estrategias de mejora. Entre ellas, Serrano destaca proveer de información al paciente sobre las causas de la depresión, su curso clínico previsible, los efectos deseados e indeseados y la duración de la terapéutica; mejorar la relación médico-paciente aumentando la comunicación, el consenso y el entendimiento mutuo; dar el mínimo de fármacos con el mínimo de comprimidos al día; anticiparse y revisar sistemáticamente los efectos secundarios; aconsejar cómo incorporar el tratamiento a la rutina diaria del paciente, o utilizar preferentemente antidepresivos del tipo ISRS en lugar de tricíclicos con el objetivo de minimizar abandonos por efectos secundarios. En resumen, la mejora del cumplimiento terapéutico en el paciente con depresión indica la necesidad de estrategias que incluyan intervenciones en educación, conducta y entorno socio-sanitario.
J. Blanch, psiquiatra del Clínico de Barcelona, destacó en la jornada sobre atención farmacéutica en el paciente con depresión, celebrada en Barcelona, la importancia del boticario en lograr un mayor cumplimiento en los pacientes con depresión y señaló la necesidad de "insistir mucho en que hay que completar el tratamiento, aunque el paciente esté asintomático, para evitar recaídas". Asimismo, apunta que no es nocivo tratar la ansiedad con antidepresivos, "siempre que se utilicen inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina", en cuyo caso el tiempo mínimo de respuesta es cercano al mes, el doble que en depresión.