Hay personas que guardan recuerdos de su más tierna infancia y otras que no consiguen recordar nada hasta una cierta edad. En mi caso, no recuerdo mi primer día de colegio ni mis primeros cumpleaños. Los recuerdos más cercanos son de cuando tenía siete años. Soy hija única y una tarde de sábado, mientras mi madre me bañaba, me contó que yo era adoptada. Sé que se asesoraron bien sobre la edad adecuada de comunicármelo y cómo hacerlo. Me explicó que ella era mi mamá pero que no me había llevado en su tripa. Otra mamá lo había hecho pero murió al tenerme y mi papá prefirió que yo creciera con un papá y una mamá. Como me adoptaron con apenas unas horas, yo siempre les vi a ellos, así que para mí aquello no supuso ningún trauma. Les dije que yo les quería mucho y para mí eran mi papá y mi mamá. Ahora sé que quizás debido a los genes de mis padres biológicos yo tengo el trastorno bipolar. Pero iré poco a poco en este relato de lo que ha sido mi vida hasta ahora con el diagnóstico.
Mi infancia fue muy feliz. Mis padres me educaron de la mejor manera posible, y contra el típico tópico de los hijos únicos nunca fue una hija mimada y consentida, todo lo contrario. Gracias a ellos adquirí muchos valores importantes que ahora me definen.
Siempre alegre, sonriente, muy cariñosa, y con un gran corazón. Así me definían los que me rodeaban. Tenía muchos amigos pues era muy sociable y extrovertida. Además, al no tener hermanos siempre estuve y sigo estando muy unida a todos mis primos y primas, a los que quiero como hermanos. Siempre una “niña buena”. Excelente estudiante y sin dar problemas a mis padres. Quizás si pudiera cambiar algo de la educación recibida fue su exceso de protección hacia mí, lo que me llevó a ser muy insegura y dependiente, sobre todo de mi madre. En la adolescencia me rebelé, como suele ser normal y causé muchas preocupaciones a mis padres.Un rasgo que ha caracterizado mi personalidad siempre y que creo compartimos muchos bipolares es mi excesiva responsabilidad y el alto nivel de exigencia conmigo misma. Recuerdo cómo la psicóloga de mi colegio le dijo a mi madre que si no cambiaba me llevaría muchos palos en la vida. Y así fue.
Cursé hasta BUP en colegios religiosos y en COU cambié a uno de curas pero mixto. Tenía dieciséis años, casi diecisiete. Ahí comenzó mi historia como bipolar. Llevaba un expediente académico excelente, de sobresaliente, que quería mantener para poder estudiar medicina. Pero la presión que me puse a mí misma fue demasiada y, a medida que se acercaban los primeros exámenes, aumentaba pues yo no podía permitirme “fracasar” (sacar menos de sobresalientes o notables) Así fue como comencé a dejar de comer, ya que mi autoestima no era muy alta y quería gustar a los chicos nuevos que conocí en el colegio. De constitución ancha y siempre “rellenita” llegué a perder ocho kilos y no fue a más porque mis padres, debido a la pérdida de peso y al elevado nivel de ansiedad que me impedía dormir, me llevaron al psicólogo del centro. No era mi primera visita a un psicólogo. Cuando tenía diez años me tuvieron que llevar a una psicóloga infantil porque dejé de comer y dormir pensando que mis padres me querían matar o envenenar. No sé si aquello se debió a la noticia de ser adoptada o a que ya empezaban asomar los delirios de la bipolaridad... El psicólogo lo hizo fatal conmigo. Ahora que yo también soy psicóloga educativa puedo evaluar lo que hizo. Me dijo que si lo que me preocupaban eran los exámenes él hablaría con los profesores y no los tendría que hacer, podría recuperarlos más adelante. Es decir, en lugar de enfrentarme a lo que me causaba ansiedad, provocó una conducta de evitación. A corto plazo fue positivo pero después, me sentí cada vez peor. Mis compañeros en clase hablaban de los resultados de los exámenes positivos o negativos pero yo no podía hablar, pues ni siquiera los había hecho. La comida me la controlaba mi madre y lo que pudo llegar a ser anorexia se quedó en un comienzo. Pero mi ansiedad, lejos de disminuir aumentaba cada vez más. Tanto, que el psicólogo me dijo que dejara de ir un tiempo a clase para que me relajara y me derivó a salud mental. Allí me recetaron ansiolíticos y yo me sentía cada vez peor y más diferente.
Cada vez me aislaba más y más y la depresión llegó. En noviembre de aquel año, cumpliendo los diecisiete me regalaron el disco de
Alejandro Sanz (el primero!). Aún recuerdo cómo lo ponía y no paraba de llorar y llorar. De repente, un día, sin explicarme todavía cómo ni por qué, se presentó un cuadro de manía, una psicosis. Era febrero del 92, salí de compras con mi madre y una amiga suya por el centro de Madrid para distraerme. Totalmente apática, me compré lo que mi madre me decía. Al volver en el metro me metí por completo en mi mundo, no respondía a estímulos. Me montaba mi propia película en mi cabeza. Creía que los señores que llevaban a un niño enfrente de mí lo habían secuestrado o que nos estaban vigilando. Pero yo no verbalizaba nada, eso sí, mi ansiedad aumentaba. Por la noche me quedé en la cama mirando al techo y como muerta. Oía a mis padres, a mi abuela, al farmacéutico que era amigo de la familia y estaba de guardia, a los médicos que me bajaron a la ambulancia y me llevaron al hospital... Pero yo estaba “en mi mundo” y sólo pensaba que me moría. En urgencias me administraron un antispicótico y en el informe me diagnosticaron “psicosis de la motilidad”. Me ingresaron dos semanas. Dicen que la memoria es selectiva y de aquel ingreso tengo recuerdos confusos que se mezclan con los de otros ingresos.
Cuando salí, continué el tratamiento y seguí sin ir a clase, por lo que aquel curso que tanto significaba para mi acabé perdiéndolo. Tuve que repetir COU. Me costó muchísimo aceptarlo pues yo era de las que tenía mi propia idea de cómo tenía que ser mi vida, a los 26 años ejerciendo como médico, casada y con hijos. Nada de eso ha sido así. Ha sido un duro camino con esta enfermedad pero he aprendido mucho. El verano del 92 pasé la depresión más fuerte con esta enfermedad. Fui a Barcelona, a las olimpiadas, de colonias con mi grupo del colegio y llamaron a mis padres para que vinieran a por mí, pues no me levantaba de la cama, no hablaba con nadie y tampoco quería comer. Pasé unos días en el pueblo y después nos fuimos de viaje a Galicia con mis tíos y mis 4 primos más pequeños que yo quiero muchísimo. De aquel viaje sólo recuerdo mi apatía, y que me movía por inercia, sin ninguna motivación. De vuelta en el pueblo no salía, a pesar de que mis amigos me llamaban. Me dio por comer y dormir. Todo el día en la cama. Mi padre me sacaba por la fuerza e intentaba que me distrajera haciendo cosas pero en cuanto podía volvía a meterme en la cama. Sólo los que hemos padecido una depresión sabemos lo que es y podemos entenderlo. Conseguí recuperarme un poco sin tomar medicación (¡aún no sé cómo!) y repetí COU. Recuerdo que no paraba de hacer cosas. Quedaba todos los fines de semana con amigos/as y fue una época de romances breves, enamoramientos, rollos... No tomaba ninguna medicación pues ya se supone que me había estabilizado pero ahora en la distancia veo que llevaba un ritmo demasiado acelerado.
Bajé mi nota media y, aunque pedí cursar estudios de psicología, me concedieron farmacia. Ese año también fue de desenfreno. Me saltaba las clases, copiaba en los exámenes, y cada fin de semana estaba con un chico diferente. Además, me junté con compañeras que no eran precisamente “buenas influencias”. Aún así aprobé algunas asignaturas pero mi vocación era la psicología y solicité un cambio de carrera que me concedieron.
El verano de 1994 conocí a mi primer novio formal. Supongo que ya estaba cansada de tanta inestabilidad y locuras y, aunque nunca estuve enamorada de él (eso lo sé ahora), esa relación duró casi 5 años, pues por mi parte era muy dependiente afectivamente y además mi autoestima era baja. Por eso aguantaba que él siempre quedara por encima de mí y no me valorara. Seguía sin medicación y tan sólo iba a ver a mi psicóloga que también era psiquiatra cada tres meses más o menos.
Mi carrera de psicología así como mi titulación superior en Inglés por la Escuela Oficial de Idiomas lo conseguí con mucho esfuerzo y gracias a mi constancia, pues la carrera estuvo llena de altibajos emocionales y de crisis. Por eso ahora valoro tanto el esfuerzo que hice y animo a todo aquel que lea mi historia y esté en situación similar a que no tire la toalla nunca.
El verano del 96 y gracias a mis conocimientos de inglés conseguí un trabajo para ser monitora de estudiantes españoles en Inglaterra. Fue una grata experiencia y volvieron a llamarme en el 97 siendo todo muy positivo. En el verano del 98 estuve en Irlanda y ya volví “regular”, debido al exceso de responsabilidad, o más bien por mi propia exigencia al querer lograr casi la perfección en todo, lo cual me desestabilizó. Volvía metida en mi propio mundo y con la ansiedad muy elevada, tanto que me tuvieron que llevar de urgencias al centro de salud del pueblo de mis padres donde me inyectaron, imagino, algún calmante muy fuerte. Llevaba varios días sin dormir y mis padres me llevaron al centro de salud mental en el que tienen mi historial. Allí no lo dudaron y me recetaron antipsicóticos. Afortunadamente, siempre he reaccionado genial al tratamiento, por lo que no fue necesario un ingreso y volví a estabilizarme. Nuevamente, retirada tras unos meses de la medicación y estabilidad.Llegó ya al verano de 1999. Una vez más me fui a trabajar a Inglaterra, concretamente a Canterbury, no como monitora sino como coordinadora de todo el grupo de estudiantes. Ya comencé mal pues los días previos apenas dormí, y una vez allí comenzaron mis pensamientos negativos, automáticos y recurrentes, por tanto muy difíciles de eliminar. Pensaba que no podría controlar el grupo de chavales, que todo saldría mal, que yo no servía para ese trabajo, que todo el mundo me miraba mal, que estaban contra mí... Y más días sin dormir... Hasta que una mañana en lugar de acudir a mi trabajo deambulé perdida por las calles de Canterbury, sin rumbo, metida en mi propio mundo delirante. En una cabina marqué a España, se puso mi padre, le dije que les quería mucho pero que nunca más podría volver a verles. Me preguntó asustado que dónde estaba, le dije que perdida en algún lugar de Canterbury y que mi fin se acercaba... Así, tras todo un día deambulando perdida, sin comer y sin responder a estímulos externos recuerdo que en el puente del río decidí acabar con mi vida. Todo por el bombardeo incesante de pensamientos que me machacaban. Me subí al borde y a punto de lanzarme me agarró por detrás un taxista que me sujetó con fuerza. Llamó a la policía y entonces mi delirio aumentó pues pensaba que me querían retener y que estaban contra mí cuando los hombres sólo buscaban ayudarme. Yo entendía perfectamente el inglés pero mi mente estaba tan bloqueada que no lograba expresarme en su idioma, sólo en español. Consultaron mi agenda y lo que llevaba en el bolso con lo que pudieron contactar con los organizadores ingleses de mi empresa que vinieron a buscarme en una furgoneta.
Yo no quería ir con ellos pues les veía como enemigos y mi obsesión era pensar que querían violarme. Como no me expresaba en inglés recuerdo que cogieron mi agenda y llamaron al que por entonces era mi segundo novio y con el que llevaba 6 meses o así saliendo. Él intentó convencerme para que me fuera con estos señores pero yo no le hacía caso. Tampoco sentí nada al escuchar su voz, me daba igual volver a verle o no. Nada me motivaba para continuar viviendo, ni familia ni amigos, ni él, nada. Sólo quería morirme.
Me ingresaron en un hospital psiquiátrico de Canterbury. Los médicos intentaban hacerme preguntas imagino que para poder aventurar un diagnóstico pero yo sólo hablaba español y pensaba que querían hacerme daño, además de robarme. Me metieron en una habitación y como lo único que tenía a mano era un mechero y mi cabeza no pensaba bien intenté quitarme la vida quemándome las venas!! ¡Ilusa de mí! Tal era la distorsión en mi cabeza que no sentía dolor alguno. Afortunadamente, una enfermera me vio y me quitó el mechero. Me dieron mucha medicación pero nunca supe qué me daban. Sólo con mirar las cicatrices en mi muñeca izquierda recuerdo aquellas escenas tan terribles.
Había un teléfono para recibir llamadas y mis padres, amigos y primos me llamaban a diario. Mis padres gestionaron todo con la embajada y la empresa para la que yo trabajaba y vinieron a buscarme. Aquellos días, hasta que llegaron fueron un infierno, metida como estaba en mi mundo y mis delirios. Ingresó una chica española con depresión y pude hablar con ella, pero rápido mis pensamientos volvieron a traicionarme creyendo que era una espía infiltrada de nuestro gobierno. ¿Cómo es posible que la mente pueda llegar tan lejos y desconectarte totalmente de la realidad para meterte de lleno en una realidad distinta creada por ti y de la cual estás convencida? Pues sucede... La línea que separa la “cordura” y la “locura” es muy fina...
Mis padres estuvieron allí tres días en los cuales me dejaron salir del hospital para dar paseos por la ciudad con ellos. Yo no paraba de llorar y en la catedral de Canterbury pedí perdón (yo soy creyente) por el intento de suicidio... Al principio seguía sin hablar, poco a poco fui reaccionando.
Mis padres llevaron mis informes y la medicación aconsejada para mi, pero todo en español con lo que los ingleses seguían sin saber qué me pasaba ni mi diagnóstico. Se juntó el consejo de médicos con mis padres y conmigo para tramitar mi alta y salida del hospital pero en aquella reunión sacamos poco en claro ya que mis padres no hablan ni entienden inglés y yo no estaba en condiciones de traducir. Tuvieron que firmar para asumir toda la responsabilidad sobre mí y así cogimos un taxi con destino al aeropuerto de Londres. Jamás olvidaré aquel viaje con un taxista que no paraba de hablar y una lluvia incesante. Y yo en mi mundo interior...
Por fin en España fuimos directos al centro de salud mental. A pesar de que intentaron contactar con Canterbury para ver qué me habían dado no hubo manera, así que de nuevo tratamiento con antipsicóticos. Aquí ya no me ingresaron pues iba volviendo en mí. En los informes esta vez pusieron “Psicosis reactiva” Me fui al pueblo con mis padres y mi familia y sentí el cariño y el apoyo de los míos.Esa fue mi crisis más espectacular. En cuanto me recuperé, mi psiquiatra me retiró paulatinamente la medicación hasta que me quedé sin nada. Así pasé el año 2000 y parte del 2001, estable y sin medicación.De nuevo llegamos al verano. Era el año 2001. Una amiga mía de la carrera estaba trabajando cerca de Londres con niños autistas y me invitó a ir a verla. Mis padres me dijeron que no lo hiciera, que no viajara pero yo me encontraba bien. ¿Por qué desaprovechar esa oportunidad? Además les dije que esta vez no iba a trabajar sino en viaje de placer y con una de mis mejores amigas.
Todo fue bien las primeras semanas. Incluso viajé a Canterbury para sentirme fuerte y recordar mi anterior crisis a la vez que para dar las gracias a la señora con la que viví y que también acogió a mis padres. Pero justo unos días antes de mi vuelta ya comenzaron los odiosos pensamientos negativos, recurrentes y que son tan difíciles de parar... Dejé de dormir y comer, pensaba que era un estorbo para mi amiga, que sus compañeros me juzgaban y me miraban mal, que no caía bien a nadie, que no tenía dinero suficiente para volverme a España, que la gente me mentía... En fin, de nuevo delirios de persecución y culpabilidad por todos los lados. Una vez más se repitió la historia, me metí en mi mundo, sólo hablaba con monosílabos, no reaccionaba a estímulos externos, todo me parecía extraño e irreal y si me decían algo creía que iba con doble sentido, siempre suspicaz... Cogí mis cosas y le dije a mi amiga que me iba a España sola. Afortunadamente ella ya sabía mi problema y al ser psicóloga supo manejar bien la situación, aunque para ella fue muy estresante. Sabía que no me podía dejar marchar en esas condiciones y le costó muchísimo retenerme, incluso por la fuerza. Lo hacía por mí bien pero eso alimentaba mi delirio sobre que todos estaban contra mí y querían hacerme daño. Yo creo que tengo un ángel de la guarda o algo así, los hermanos de mi amiga estaban allí y casualmente tenían el mismo vuelo de vuelta a Madrid que yo. Lo que les hice pasar no tiene nombre. Mis padres les pidieron por favor que no me dejaran sola bajo ningún concepto. En el aeropuerto yo con mis delirios de persecución no me fiaba de ellos, fueron a una farmacia para comprar un calmante pero sin receta médica no se lo dieron, así que me calmaron como pudieron, reteniéndome por la fuerza pues yo creía que me querían dejar tirada allí y robarme. Aún en el avión pensaba que me habían metido en uno con destino a un país lejano y que allí me abandonarían para volverse ellos a Madrid. ¡Increíble pero cierto! Siendo personas a las que conocía y en quien podía confiar. Cuando pisé Barajas y ví a mis padres al menos pensé que no tenía razón y me había equivocado al juzgar a mi amiga y su familia pero entonces el sentimiento de culpabilidad por lo mal que se lo había hecho pasar fue enorme y no me dejaba tranquila. Me ingresaron en psiquiatría no recuerdo cuanto tiempo, 10 o 15 días... En esta ocasión yo puse mucho de mi parte pues quería salir de allí lo antes posible. Ya estaba trabajando como recepcionista en una importante compañía y no quería que se enteraran, pero mi doctora de cabecera puso en el parte de baja “enfermedad común” y nadie llegó a saber nunca nada. En el hospital trabajaba como psicóloga una profesora mía que me apoyó mucho. Y eso, unido a los conocimientos que yo tenía de la enfermedad por experiencias previas y por mis estudios, junto a mi actitud positiva hicieron que saliera muy recuperada. Gracias a esta profesora pude entrar en tratamiento en la unidad de psicología clínica de la universidad y durante dos años me trató una excelente profesional. Terapia cognitivo conductual, la que necesitaba. Anteriormente a ella estuve en tratamiento en la seguridad social con una psicóloga que lejos de ayudarme me perjudicó pues tenía una línea psicoanalítica pero como casi no nos veíamos acabó haciendo lo que un psicoterapeuta psicoanalista jamás debe hacer, decir al paciente cual es el origen de su trastorno. Se supone que es el paciente quien a base de terapia y con el tiempo, cuando está preparado lo descubre por sí solo. No sé si lo que ella me dijo será la causa, lo que sí se es que con esta nueva psicóloga recibí la ayuda que necesitaba. Creo que lo importante no es saber el origen de la enfermedad sino saber vivir con ella y conocerla.
Gracias a esta profesional aumentó mi autoestima, desaparecieron mis miedos e inseguridades, aprendí a valorarme y a confiar en mi misma, a no exigirme tanto y por supuesto aprendí a conocer la enfermedad. A saber los factores de riesgo y a identificar los síntomas previos a una crisis, como la elevada ansiedad, la falta de sueño, los pensamientos automáticos... Ella me enseñó técnicas de relajación así como de parada de pensamiento. Realmente le debo muchísimo.
En el informe de aquel ingreso se puede leer “Se evidencian síntomas de ansiedad e inquietud, ideación sobrevalorada de culpa y minusvalía, con elementos deliroides de carácter autorreferencial sin objetivarse trastornos de área sensoperceptiva. Manifiesta insomnio pertinaz. Durante su ingreso se objetiva buena respuesta al tratamiento, con conciencia de enfermedad y buena adherencia al mismo. Diagnóstico: Trastorno psicótico agudo”.
Aquí ya comenzaron a tratarme con fármacos cuyas dosis han ido variando, hasta desaparecer en ocasiones. Después de este ingreso y cuando salí y pregunté a mi psiquiatra me dijo la etiqueta “Psicosis maniaco depresiva” actualmente “Trastorno Bipolar”. Hasta entonces nunca me habían querido dar el nombre, imagino que porque sonaba muy fuerte y a ciertos pacientes en lugar de beneficiar puede perjudicar. En mi caso me gustó saber lo que tenía y ponerle nombre, pero reconozco que me asustó y busqué toda la información posible en los libros de psicopatología de la carrera. También debido a esto rehusé cursar la especialidad de Psicología clínica aunque me entusiasmaba pues me notaba demasiado vulnerable a conocer las “desviaciones” de la mente y los trastornos mentales.
Así fue como tras ocho años en la facultad con crisis de por medio finalicé mis estudios. Conseguí muy buenas amistades en esta etapa de mi vida. Gente que me quiere por lo que soy, y que me han apoyado siempre en mi camino con baches con esta enfermedad.
Aún quedaba otra crisis fuerte por venir. En el verano del 2003 me empeñé en hacer sola el Camino de Santiago entero. Por supuesto mis padres decían que era una barbaridad pero como de nuevo me encontraba bien y estable (Esta vez me mantuvieron la medicación) yo quería hacerlo, fundamentalmente para encontrarme a mi misma. Por suerte otra amiga de la universidad y un grupito más de chicas amigas suyas lo hicieron en la misma época, por lo que no fui sola y no lo hicimos entero. Yo iba bastante condicionada temiendo una crisis y como dicen mis colegas psicólogos fue “la profecía autocumplida”.
Comencé muy bien el Camino y a pesar de la ola de calor (en pleno mes de agosto) yo tenía una resistencia física increíble. Comencé a pensar que era Dios o el apóstol Santiago quienes me iluminaban en el camino y veía señales por todos los lados. Una noche en uno de los albergues nos recibió un hombre calvo que nos dio la bienvenida al camino de Santiago y como no había sitio y teníamos que dormir al raso nos dijo que no temiéramos nada que él dormía cerca y nos aconsejó ver la lluvia de estrellas. Al día siguiente me pidió algo para desayunar y compartí barritas energéticas que llevaba, después desapareció y no volvimos a verle. Como siempre dicen que el apóstol se te aparece de alguna manera y sin saberlo y había escuchado historias al respecto yo creía firmemente convencida que aquel hombre era Santiago. Ya empezaba a tener pensamientos extraños porque en los albergues era difícil dormir y el agotamiento físico era grande. Estoy convencida de que las causas que desencadenaron aquella crisis fueron la falta de sueño y el cansancio, pues no existía ningún factor estresante. Unos chicos que hacían el camino a caballo nos acompañaron en dos etapas y uno mostró especial interés por mí, un gallego muy agradable. Apuntó mi número de móvil y me dijo que me esperaría para entrar en Santiago juntos. Pero no pudo ser. Cuando sólo nos quedaban dos jornadas para llegar yo identifiqué claros los síntomas previos a las crisis. Agitación motora, dar vueltas y deambular sin rumbo, ansiedad elevada, pensamientos extraños y de persecución... Mi amiga que sabía cómo tratarme intentó relajarme pero yo dije que me volvía a Madrid antes de que fuera demasiado tarde. Obviamente no me dejó e intentó por todos los medios posibles tranquilizarme pero no fue posible. De nuevo me encerré y me aislé en mi mundo interno creado por mis delirios. Yo no sabía cuidar de misma. Todo se lo preguntaba a mi amiga. No podía asearme, ni vestirme, peinarme, nada. Mi cabeza y mis pensamientos negativos me dominaban, sólo daba vueltas sin rumbo, y no hablaba. Tuvieron que llamar a una ambulancia que me llevó a un centro de salud. Mientras, contactaron con mis padres que se pusieron en camino junto con mis tíos. Los médicos me pincharon tranquilizantes pero el delirio no cesaba, en cuanto se pasaba el efecto iba a más así que me metieron en una ambulancia y llegué a Santiago, sí, pero...directa a urgencias. Mi amiga estuvo conmigo en todo momento.
Allí fue necesario atarme, al igual que en otras crisis. Creía que lo que me pinchaban era para matarme poco a poco y también creía que me ataban para violarme y dejarme luego abandonada. El peregrino que iba a caballo como me llamó al móvil y mi amiga le explicó lo que me había pasado fue a verme. ¡Pobre chico! Creí y estaba convencida de que él era el demonio en forma humana y mi amiga un ángel. ¡Y lo creía de verdad! Además creía que lo yo había interpretado como señales de Dios a lo largo del camino eran señales de que mi fin estaba cerca. Siempre el delirio de persecución y el miedo a la muerte presentes...
Llegaron mis padres y mis tíos y aunque la psiquiatra de allí quería tenerme más tiempo en observación mis padres prefirieron traerme a Madrid a mi centro de salud mental. Aún en el camino de vuelta creía que no eran mi familia y me dejarían tirada en la gasolinera más próxima... Para mí sigue siendo un misterio cómo la mente humana puede llegar a distorsionar tanto la realidad pero sucede. Y vivirlo es horrible y no se lo deseo a nadie. Ya en Madrid me recetaron dosis altas de antipsicótico y no hizo falta el ingreso. Me estabilicé en el pueblo...
En Abril de 2005 descubrí por Internet la página de Bipolarweb. Me ayudó muchísimo saber que somos muchos los diagnosticados. Quizás si lo hubiera descubierto al comienzo de la enfermedad o si hubiera existido antes esta página hubiera sido un gran apoyo para mí en momentos de gran desconcierto. Desde mi experiencia intento aportar la ayuda que puedo a los que comienzan en este camino y acaban de ser diagnosticados.
Llevo tres años estable, aunque el 2005 fue un año con bastantes altibajos emocionales, alternando días de hipomanía con exagerada actividad y en los que veía todo de color de rosa, con días muy bajos en los que nada me motivaba y sólo quería llorar. Lo supe controlar con todo lo que he aprendido y consultando a mi psiquiatra o a la doctora de cabecera en caso de necesidad. Mi psiquiatra me dijo que era “ciclotimia” otra manera de manifestarse la bipolaridad, pero como estaba medicada no desembocó en crisis.
Mi vida es perfectamente “normal”. Trabajo en una multinacional importante con tareas administrativas, preparo oposiciones para ser psicóloga educativa, me he enamorado de alguien maravilloso que me quiere tal como soy y que me aporta seguridad y tranquilidad. Tengo buenos amigos y una familia estupenda, con mis padres a los que adoro y unos primos /as y tíos /as a los que quiero muchísimo. No sé si por factores externos se volverá a repetir alguna crisis maníaca o alguna depresión. Prefiero no pensarlo. Al menos se que juego con la ventaja de saber identificar pronto los síntomas previos a una crisis, de conocer los factores de riesgo, de contar con el apoyo de familiares y amigos y de conocerme mucho más a mí misma que cuando comenzó todo esto hace ya más de 14 años...
Quisiera destacar la importancia que tiene para nosotros una red social estable y en quien poder apoyarnos, así como seguir las instrucciones de nuestros psiquiatras y tomar la medicación prescrita. Una terapia psicológica también es de gran ayuda. Tampoco puedo olvidar la importancia del sueño y evitar al máximo los factores estresantes. Eso es lo que he aprendido de estas crisis tan duras. En enero de 2004 me independicé y desde entonces vivo sola. Ha sido una de las mejores decisiones de mi vida pues la confianza y seguridad en mí misma han aumentado.
Si me tengo que definir ahora diría que lo que más me caracteriza es mi optimismo, mis ganas de vivir y de disfrutar de la vida, con los altibajos que puedan venir en el camino. Cariñosa y muy sociable. Generosa, servicial, leal, responsable (en su justa medida) autosuficiente... Todos esos adjetivos me definen. Soy luchadora y emprendedora. Tengo muchos proyectos, tanto a nivel personal como profesional. No me detengo por nada y esta enfermedad no me ha cortado las alas ni lo hará. Siempre he querido ser madre y aunque dicen que este trastorno es biológico y se hereda no voy a renunciar a mi sueño de dar a luz, dar vida...
También voy a seguir estudiando, formándome y espero poder ejercer algún día de psicóloga y ayudar a quien lo necesite. Mantendré mi alegría, mi entusiasmo, mi capacidad para disfrutar de una puesta de sol, un paseo por la playa, un café con amigos, una noche de fiesta, un día jugando con mis sobrinos pequeños, un buen libro... y tantas y tantas cosas preciosas que esta vida nos brinda...
En estos 14 años diagnosticada he pasado todas las fases posibles. Negación de la enfermedad, desconcierto y dudas, resignación y finalmente plena aceptación de la misma. Los psiquiatras mantienen que hay un importante factor biológico y genético. No lo pongo en duda, pero como psicóloga que soy y a partir de mi experiencia también afirmo que mucha parte es psicológica y que una actitud positiva y de lucha nos ayuda a seguir de frente, a no sentirnos diferentes y aceptarlo bien, siguiendo con nuestras vidas, nuestros trabajos, estudios, red de amigos etc., teniendo días buenos, malos y regulares como le pasa a cualquiera. Pero os lo aseguro, se puede vivir y muy bien teniendo este diagnóstico. Es una enfermedad, sí, pero no es un lastre ni una lacra. Yo al menos así lo siento. Afrontarlo todo “Siempre de frente”.
Espero que mi testimonio haya servido de ayuda a quienes lo hayan leído. Ante todo no desesperéis y no os rindáis ni perdáis la ilusión y la esperanza nunca. Los malos momentos pasan y se superan.
Un abrazo y un agradecimiento especial a mis amigos/as y familia que siempre me han apoyado y están a mi lado.