La depresión no sólo se presenta en adultos sino que incluye también a niños y adolescentes y éstos resultan particularmente afectados debido a su tierna edad.
Se estima que hasta 2.5% de los niños y 8.3% de los adolescentes sufre depresión, con una relación de dos mujeres por un hombre. Por lo general inicia con la pérdida de un objeto, produciendo frustración, hostilidad y sentimiento de culpa.
Las niñas demasiado tranquilas e inhibidas “son buenas y se portan bien” y los niños con mucha dificultad para establecer contacto, con tendencia al aislamiento, irritabilidad, problemas escolares y agresividad, pueden padecer algún problema de depresión.
El rechazo hacia los hijos, los cuadros depresivos por parte de los padres o las familias con relaciones agresivas y disfuncionales, son factores que influyen para que el niño o adolescente sufra depresión, sobre todo en quienes tienen predisposición genética y ambiental, aunado a los cambios asociados con la pubertad.
Las personas que padecieron depresión en la infancia o la adolescencia les queda una vulnerabilidad que implica una vida adulta con menos amistades, menos redes de apoyo, mayor estrés y menor alcance educacional, ocupacional y económico.
Por ello, se destaca la necesidad de atender este problema desde la infancia y, sobre todo, en la adolescencia, al ser esta una etapa importante porque en ella se define la formación académica, es el inicio de la vida profesional u ocupacional, de la vida sexual y la elección de pareja, por lo que la falta de atención puede tener consecuencias más allá del ámbito de la salud.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión pasará del cuarto lugar en 2000, al segundo sitio en 2020 como causa de incapacidad, detrás de las enfermedades isquémicas, como infartos, insuficiencia coronaria y accidente cerebrovascular, mientras que en los países en desarrollo se ubicará en el primer sitio como carga de enfermedad.
El trastorno depresivo es una enfermedad que afecta el organismo, el estado de ánimo, la forma de pensar, de concebir la realidad, el ciclo normal del sueño y alimentación. Además, se altera la visión de cómo uno se valora a sí mismo, autoestima y la forma de pensar.
Un trastorno depresivo no es lo mismo que un estado pasajero de tristeza, que puede considerarse como una reacción normal ante un acontecimiento negativo. Sin embargo, si dicho estado se prolonga en el tiempo o sus síntomas se agravan impidiendo el desarrollo adecuado de la vida cotidiana, se puede convertir en un trastorno depresivo.
A pesar de que no todas las personas experimentan lo mismo, los síntomas comunes van desde un estado de ánimo triste, ansioso o “vacío” en forma persistente, hasta pensamientos de muerte o suicidio, acompañados de desesperanza, pesimismo, sentimientos de culpa, de inutilidad, desamparo, pérdida de interés o de placer en pasatiempos y actividades que antes se disfrutaban. También puede haber disminución de energía, fatiga, agotamiento, sensación de estar “en cámara lenta”, dificultad para concentrarse, recordar, tomar decisiones, insomnio, despertarse más temprano o dormir más de la cuenta, pérdida de peso, apetito o ambos o, por el contrario, comer más de lo habitual y aumento de peso, así como síntomas físicos persistentes que no responden al tratamiento médico como dolores de cabeza, trastornos digestivos y otras alteraciones crónicas.
Es necesario que los padres estén atentos constantemente al comportamiento de sus hijos para detectar alguna señal de depresión para ayudarlos a que reciban el diagnóstico y tratamiento adecuados. De ser así, el niño o adolescente requerirá que el familiar haga una cita y lo acompañe al especialista. A veces es necesario asegurarse que tome el medicamento y lo ayude a obedecer las órdenes del médico, lo cual implica comprensión, paciencia, afecto y estímulo, además de no minimizar los sentimientos que la persona deprimida expresa y no presionarla para que mejore rápido, ni acusarla de fingir la enfermedad.
La depresión es uno de los trastornos afectivos más extendidos. Las personas que la padecen suelen experimentar un estado de abatimiento e infelicidad recurrente. Este trastorno requiere de tratamiento psicoterapéutico, así como del apoyo de amigos, familiares y otros agentes sociales.
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lunes, septiembre 25, 2006
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