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domingo, noviembre 19, 2006

Depresión, un mal desestimado

A Bernardete le dio en el supermercado, a Marcela al regresar de una competición de atletismo, a Malú después de perder al cuarto hombre de su vida y a Liz cuando su hija se fue de casa. Son cuatro mujeres, dos mexicanas, dos brasileñas, historias distintas pero tragedias iguales. Todas padecen la enfermedad que será la segunda más común en el 2020: depresión.
Las cuatro comparten sus dolores físicos y emocionales en un set de teatro. Relatan su peregrinar por los consultorios de decenas de médicos antes de ser diagnosticadas. Sus historias se cuentan en una obra en la que no hay actrices sino protagonistas de carne y hueso; tampoco ciencia ficción, sino un guión real.
En el mundo deambulan 340 millones de personas deprimidas que no están recibiendo tratamiento alguno. En el teatro de la depresión que se ha realizado en Sao Paulo, Brasil, estas historias pretenden crear conciencia como parte de la campaña internacional de la Federación Mundial de la Salud Mental.
La primera es Bernardete, una mujer con 41 años de edad y con profesión de ingeniera civil. Pasó ocho años deprimida sin que los seis diferentes especialistas que consultó le diagnosticaran depresión. En su historial clínico hay 24 estudios médicos, la mayoría del cerebro, aunque ninguno revela el porqué un buen día dejó de verle color al cielo. Antes de vivir en la tristeza profunda, Bernardete parecía llevar una vida completamente equilibrada: tenía un novio, una carrera exitosa, vida social activa y le encantaba leer los periódicos. La depresión le cayó un día en el supermercado; así lo cuenta: "Fui al supermercado a comprar una lata de comida que siempre compraba, del mismo sabor y misma marca. Al llegar, olvidé por completo a qué iba, no me acordaba, hice un gran esfuerzo por recordar, pero eso no sucedió; me solté a llorar y regresé a casa". A partir de ese momento, Bernardete nunca fue la misma. No sólo olvidó el nombre del artículo que iba comprar: olvidó la vida. Entró en un episodio largo de ansiedad y llanto. Dejó el trabajo, su vida social, sus visitas a la iglesia, la lectura del periódico y hasta al novio. Su vida se transformó en dormir, llorar y quejarse por los dolores físicos que sentía. Varias veces intentó recuperarse, pero los médicos que consultó nunca le recomendaron ver a un psiquiatra. Bernardete, como el 75% de pacientes que tiene depresión y son diagnosticados erróneamente por los médicos, avanzó en el trastorno por no atenderse a tiempo, a tal grado que pasó años en cama, sin abrir las cortinas de su recámara y completamente sola.
Malú es una mujer dedicada a la industria de la moda. Es una de los 7.5 millones de personas con depresión diagnosticada en el país de México. La sufre desde hace 30 años. Comenzó después de enfrentar la pérdida de los hombres que más quiso en su vida; el primero fue su esposo, quien la abandonó cuando ella tenía 20 años y después murió en un accidente; más tarde murió su padre; luego su suegro, quien la apoyaba moralmente a cuidar de sus dos hijas, y por último su segundo marido. Se vio sola por años. A cargo de dos pequeñas que la miraron por mucho tiempo con una tristeza profunda e inexplicable. Aunque el mayor golpe de su vida tardó en llegar. Fue en Acapulco. "Estábamos de vacaciones y mi hija mayor se perdió, la busqué por todos lados, la reporté a la policía, viví horas de angustia, una angustia que creció cuando la encontré, pues se encontraba dentro de un ataque de sicosis, irreconocible". Las vacaciones terminaron en un hospital psiquiátrico, donde la hija de Malú ha enfrentado por tres veces las crisis de la bipolaridad, enfermedad que presenta cuadros de manía y depresión. Malú ha pasado la vida llorando pérdidas, cuidando a sus hijas, trabajando para pagar el tratamiento de una de ellas y luchando contra la depresión, contra ese dolor de cabeza que a veces le impide trabajar o dormir, síntomas comunes en la enfermedad pues 74% de quienes la sufren manifiestan además de cansancio y problemas de sueño, síntomas físicos dolorosos como dolores musculares, de espalda, cervicales, de articulaciones y de cabeza.
Marcela es mexicana y atleta. Su paso por la depresión fue por mucho tiempo incrédulo. "Creía que mi permanencia de 24 horas en la cama era por mis dolores de espalda y no por depresión".
En una encuesta realizada en 2005 por la Federación Mundial de la Salud Mental, se encontró que 75% de las personas deprimidas antes de su diagnóstico no creía que los dolores físicos eran un síntoma de la depresión; incluso los mismos médicos no diagnostican los síntomas dolorosos con este trastorno, pues en las universidades existe una incompleta información sobre el tema. Marcela relata que desde siempre sufrió de ansiedad. "Ese cosquilleo se iba si respiraba profundamente o si me bañaba con agua caliente". Pero un día no se fue. Marcela regresó a casa angustiada. Abrió la regadera para ducharse y tratar de relajarse; una vez afuera del baño vino un ataque de llanto. Un llanto profundo y doloroso que la ató a una cama día y noche, y después un dolor en la espalda insoportable. Jamás volvió a la pista de carreras; tampoco a atender a sus hijos ni a alegrarle la vida a su esposo. "Siempre creí que me sentía así por mis dolores. Mi médico nunca pensó en depresión y la enfermedad me arrastró hasta lo más profundo de sus consecuencias", dice. De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, la depresión con síntomas físicos dolorosos afecta a 180 millones de personas en el mundo y generalmente se presenta en dos o tres mujeres por cada hombre. Según Patt Franciosi, presidenta de la Asociación para la Salud Mental de Estados Unidos y ex presidenta de la Federación Mundial de la Salud Mental, el caso de Marcela es muy común. El "75% de las personas que padecen la enfermedad nunca recibe tratamiento médico, lo que las lleva a un cuadro de depresión profunda, la parte más grave de la enfermedad donde se puede perder al paciente por suicidio; además, 69% de los médicos acepta que no tiene los conocimientos suficientes para diagnosticar la enfermedad".
La historia de Liz es la de una madre brasileña orgullosa de serlo. "El día que tuve a mi hija fue el más feliz de mi vida", dice. Liz sentía angustia al dejar a su bebé en la guardería, así que pronto dejó el trabajo. Comenzó a diseñar muebles desde su casa con tal de estar a lado de su hija en todo momento. Durante 15 años su vida giró en torno a su pequeña, hasta que un día la chica decidió separarse de mamá para entrar a una de las universidades más importantes del Brasil. Entonces vino la depresión de Liz. La sensación de soledad y tristeza la paralizó. Le empezaron a dar dolores de cabeza y pecho inexplicables. Comenzó a sentirse ansiosa todo el tiempo; preparaba comida para alguien que no volvería más. Se encerraba por días o caminaba sin rumbo por la ciudad. Dejó de comer hasta perder 13 kilos y enfermar. Pero en algo tuvo suerte: el primer médico al que visitó le diagnosticó depresión mayor; hoy está en tratamiento. Ya no espera más, sabe que su hija decidió alejarse de ella porque sus cuidados la ahogaban; sin embargo, sigue siendo incapaz de ver una foto de su pequeña sin soltarse en un profundo llanto.
La Federación Mundial de Salud Mental pretende crear conciencia a través de testimonios reales. "Queremos lograr dos objetivos primordiales; primero, que las personas que se sientan identificadas con la depresión acudan al psiquiatra, y después que los médicos se preparen desde la universidad para diagnosticar correctamente la enfermedad", explica Patt Franciosi.

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